"Cuando los ciudadanos se desentienden de la política...
...pueden llegar al poder políticos que se desentiendan de los ciudadanos".

sábado, 18 de diciembre de 2010

Leyendo entre líneas. O La cara oculta de las encuestas del CIS.

ABSTRACT (RESUMEN): Este artículo trata de sacar una parte de las encuestas que nadie suele comentar: cuando los resultados obtenidos son directamente absurdos. Tomaré la última encuesta general del CIS como ejemplo de la precaución con la que deben tomarse las encuestas. A través de curiosos ejemplos (que andan entre lo divertido y lo preocupante) mostraré cómo muchas veces los encuestados opinan de temas que ignoran por completo, lo cual se refleja en contradicciones y en respuestas ilógicas. Terminaré con una reflexión general sobre el valor de la opinión pública.

Todos estamos acostumbrados a oír hablar de encuestas, de porcentajes de apoyo a tal o cual propuesta, de puntuaciones y valoraciones a tal o cual político, pero... ¿Cuál es la fiabilidad de esos datos? Ya no se trata únicamente del modo de obtenerlos sino, una vez obtenidos de forma lo más científica posible ¿cuánta importancia debemos darle a estos tanteadores de la opinión pública?

Antes de nada, he de decir que en este artículo me centraré en encuestas del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), las cuales suelen estar hechas de manera bastante profesional (aunque nadie es perfecto en el mundo de la estadística). Obviamente no entraré ya a criticar la fiabilidad de encuestas como las de ciertos medios de comunicación que manipulan el procedimiento para obtener la respuesta que ellos quieren. Un ejemplo de esto último sería el preseleccionar la muestra (gente a la que se encuesta) entre población afín a ciertas ideas. Por ejemplo, si preguntamos en el barrio de Salamanca o en Lavapiés no obtendremos las mismas respuestas, como igualmente será parcial la encuesta que se haga sólo a ciertas horas del día (en las que, por ejemplo, sólo están en casa ancianos y amas de casa) o la encuesta que se haga a demasiada poca gente (a unos pocos cientos para toda España, por ejemplo, como es muy frecuente en ciertos medios). Ya ni hablar de las encuestas por internet, paradigama de la nula fiabilidad (yo puedo votar tres veces si lo hago desde tres ordenadores). A nadie sorprenderá que las respuestas (a una misma pregunta) en la página de Público y en la de Intereconomía no van a ser las mismas (pues el tipo de gente que se mete en una u otra página ya es un filtro que imposibilita que los resultados representen a la población en su conjunto).

Dicho esto a modo de introducción, centrémonos ya en la última encuesta generalista del CIS: Estudio 2853 de Noviembre de 2010 (sobre unas 2500 personas de toda España y de distintas edades y géneros).
Empecemos con un ejemplo: los resultados de las preguntas número 23 y 24, que dicen así:


¿Han notado algo raro? ¿No? Ahora fíjense en los porcentajes: Hay un 39.3% de gente que no conoce las funciones del Defensor del Pueblo... lo lógico sería que el porcentaje que no contestase (NC) a la pregunta número 24 fuese igual o superior... ¡pero no! Curiosamente sólo un 12.8% decide no contestar. ¿Conclusión? Hay un 26.5% de entrevistados que reconoce no tener ni idea de qué hace el Defensor del Pueblo pero aún así opina sobre si es útil o no. (Ole)
¿Es culpa de la gente el opinar de lo que no sabe, o del encuestador por no filtrar las respuestas y darse cuenta de esta incongruencia antes de publicar los resultados?

Hablemos ahora del Tribunal Constitucional:


Curioso cuanto menos es el dato de que, haciendo la resta, hay un 11.9% que opina sobre si el TC hace bien o no su trabajo; reconociendo, al mismo tiempo, que no conoce sus funciones. En la misma línea, hay un 26.5% de gente que responde sobre si el TC es útil o no; reconociendo, al mismo tiempo, que no sabe para qué sirve está institución.

Veamos otro ejemplo. Ahora sobre la percepción que la gente tiene sobre sus propios conocimientos:



Si las personas encuestadas son al azar... ¿no les resulta curioso que en general todo el mundo se considere mejor informado que la media? Es decir, los entrevistados creen que hay un 71.6% de la gente que conoce muy poco o nada la Constitución... pero sólo el 57,5% reconoce saber tan poco. En la misma línea, un 24.5% cree que "los demás" conocen algo la Constitución, pero si le preguntamos al encuestado por sí mismo el 41.9% afirma conocerla algo o muy bien. ¿Casualidad o exceso de autoestima? ¿Resulta ahora que justo la gente a la que han ido a preguntar está más informada que la media?

El siguiente es un caso que en sí mismo parece poco relevante, a penas una anécdota, pero que no deja de hacer que me pregunte sobre él una y otra vez.


¿¡Cómo puede haber un 0,7% de gente que NO SE ACUERDA si votó en las últimas elecciones generales!? He hecho la cuenta, el 0,7% de 2469 es unas 17 personas. 17 personas que fíjense ustedes si se tomaron en serio su voto, si estaban informados sobre las opciones políticas y si dedicaron algún tiempo a pensar sobre las elecciones que NI SIQUIERA se acuerdan de si fueron a votar. No me sirve la excusa de "es que hay muchas elecciones distintas", si aún no se acordasen de las últimas autonómicas... pero es que la pregunta es sobre las generales. En serio, cada vez que veo la pregunta nº27 me surgen dudas sobre la capacidad y la voluntad de la ciertas personas con respecto al derecho al voto. (Todo sea dicho, obviamente no voy a defender el que este derecho sea limitado, no me malinterpreten, simplemente pongo el énfasis sobre ciertas realidades que señalan los puntos débiles de la democracia; hasta nuestros días, sin embargo, el mejor sistema político que ha existido en la Historia de la humanidad).



Y sigamos avanzando en la encuesta. Ahora hablemos de reforma constitucional:




La flecha indica que la "pregunta 10a" sólo se planteó a quienes opinaron que SÍ que habría que reformar la constitución. Cuál sería mi sorpresa cuando me encuentro con ese (ni más ni menos que) 22.9% que están convencidos de que hay que reformar la constitución... sólo que no saben el qué. Qué fácil es quejarse de que las cosas van mal, sin decir luego qué es lo que habría que cambiar para mejorarlo. Esto me recuerda a unas encuestas que leí sobre la ley penal: cuando a la gente se le pregunta si habría que subir las penas de prisión a tal o cual delito la mayoría dice que sí... Pero después se les pregunta si saben de cuánto es la pena para ese delito y responden que no la saben. Es decir, la entrevista sería algo así como:
-¿Cree usted que las penas deberían ser de más años para el delito X?
-Sí.
-¿Sabe usted cuál es más o menos la pena que se impone actualmente por el delito X?
-No (¡pero que la suban!).

A continuación, analicemos cómo ven los ciudadanos el poder:



Los resultados son interesantes por sí mismos: empresas y bancos (con un 46.7% conjunto) tienen, según los entrevistados, más poder que el Gobierno, el Parlamento, los partidos políticos y el Ejército juntos (37.5% agregado). Pero no era esto lo que quería resaltar en este artículo, sino que hay un 2.1% de la gente que cree que los sindicatos son el colectivo con MÁS poder de toda España. No se trata de que digan que tienen bastante poder o que digan que deberían tener mucho poder... un 2.1% considera que no hay una institución en España más poderosa actualmente que los sindicatos. En fin, queda constatado el nivel de comprensión de la actualidad y de información sobre el panorama político de un porcentaje de la población. Esto queda reafirmado con la extraña respuesta que se obtuvo en la pregunta 20:




Porcentaje a remarcar: un 3.1% considera que los partidos políticos no son necesarios para que exista democracia. A mí que me lo expliquen ¿Cómo puede haber democracia en un país de 47 millones de habitantes sin que existan partidos políticos que canalicen las distintas peticiones y tendencias políticas? Incluso en EEUU, donde los partidos sólo tienen peso durante las campañas, no hay elecciones nacionales sin ellos. Únicamente en el ámbito local se han presentado candidatos individualmente sin un partido detrás, o con un partido creado expresamente para apoyarle sólo a él... y todos conocemos los resultados de inventos como el de un tal Gil. Esto no es casual, pues sin un partido de verdad detrás, sólo los ricos pueden costearse una campaña electoral con sus propios fondos.




Después de analizar estos datos, en los que no se suele fijar nunca nadie (y menos los medios de comunicación que se hacen eco de las encuestas del CIS), cabe plantearnos algunas preguntas: ¿hasta qué punto son fiables unas encuestas en las que parte de la gente reconoce, implícitamente, o bien que miente o bien que su opinión está hecha prácticamente al azar? ¿Peligran las democracias ante el hecho de que ciertos porcentajes de la población basan su opinión en meras intuiciones y no en argumentos sólidos? ¿Qué respuesta ha de darse a aquellos que critican el sistema pero que tampoco saben muy bien qué es exactamente lo que no les gusta? ¿Cómo se canalizan y qué valor tienen las protestas cuando parte de quienes las secundan ni siquiera las comprenden muy bien?
Sólo soy capaz de sacar una conclusión en claro de todas estas incógnitas: hace falta más formación política, más educación sobre cómo funciona nuestro sistema (no sé muy bien si en la familia, en los colegios o en los medios). Sólo con una ciudadanía informada y participativa es posible una democracia óptima (idea típicamente republicanista); pero para que la gente esté informada, primero tiene que querer informarse...



Hasta aquí los síntomas, los datos objetivos que se pueden analizar con una calculadora en la mano... pero ¿qué significan? ¿A qué se deben? Cuando profundizamos en la búsqueda de una explicación acabamos llegando ante el eterno dilema de los ideales republicanistas (como ideología que apoya la mayor participación ciudadana, no confundir con republicanismo en oposición a las monarquías). El problema es el siguiente: cualquiera puede estar informado, pero eso cuesta tiempo, cuesta tiempo que podríamos emplear en otras cosas (es la teoría del "coste de oportunidad") ; y elegiremos dedicar o no parte de él a los asuntos públicos dependiendo de nuestros valores morales, nuestros gustos personales o nuestra "virtud cívica". Como resultado, la mayoría de la gente suele preferir guiarse por impulsos, emociones, ideas preconcebidas o aquella información que obtienen prácticamente sin hacer ningún esfuerzo (como las noticias de la televisión, con más parte de entretenimiento que otra cosa). No se trata tanto de una situación dada por la sociedad como de una opción personal, una elección voluntaria de cada uno.
Esto, independientemente de que sea bueno o malo, es también, en cierto modo, parte de la condición humana: las emociones ganan a los razonamientos a la hora de tomar la mayoría de las decisiones. No hay más que analizar una campaña electoral para darnos cuenta de que a lo que se apela es a los sentimientos, a la imagen y a las ideas simplificadas de los eslóganes de campaña o los debates televisados (que en su última edición, la Zapatero-Rajoy, parecieron más una sucesión de monólogos que un debate de verdad).
¿Es culpa de los partidos políticos esta simplificación del debate público? ¿O es más bien la sociedad la que recompensa este tipo de mensajes emocionales, obligando a los partidos a adaptarse a ellos para poder sobrevivir? Vista cuál es la situación real, la cruda realidad, no podemos sino concluir que es labor de los profesionales de la política el buscarse las castañas para hacer llegar su mensaje a los electores. El mensaje político debe tener fondo, ser claro y sencillo, ser razonable pero al mismo tiempo capaz de llegar a las emociones. Esto no es fácil, desde luego, pero es lo que hay. Cuanto mayor sea la comodidad del ciudadano, más se obligará a los políticos a comprimir sus mensajes (lo que erróneamente muchos de ellos confunden con simplificar sus mensajes), así como a utilizar el espacio que tengan en los medios para lanzar un debate de imágenes y emociones en lugar de un debate de propuestas e ideas concretas. El político ideal debería ser capaz de dominar ambas vertientes del debate. La cuestión es: si, llegado el caso, hubiera que elegir uno, ¿ustedes... con quién se quedarían? Sean sinceros: ¿a quién votarán: al que les razone sus propuestas o al que les emocione?

1 comentario:

  1. Muy interesantes los ejemplos que muestras.

    Nunca me cayeron bien las encuestas.
    Ni los encuestadores.
    Qué demonios, ni los encuestados.

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